Ser parte de la comunidad de Dios
Como cristianos creemos que Dios es «tres-en-uno»: una Trinidad conformada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nosotros creemos que Dios, esencialmente, existe «en comunidad», y que el amor que fluye entre los miembros de la Trinidad rebosa y se expresa en la creación del mundo.
Debido a esto, y puesto que creemos que las personas somos hechas a imagen de Dios, entendemos que las relaciones y la comunidad son esenciales a la vida humana y al florecimiento de lo humano. De hecho, no es que tan solo necesitamos las relaciones y la comunidad. Antes bien, el asunto es que hemos sido hechos para estar los unos con los otros.
La historia de la salvación, especialmente como se relata en la encarnación de Jesús y en el Pentecostés, es que el Dios trino invita a la gente a que sea parte nuevamente de esa comunidad de fieles. Cuando respondemos a Cristo, entramos a formar parte de esa comunidad. Al hacerlo, se nos llama a renunciar a nuestros propios intereses mezquinos y a preocuparnos por los demás en esa relación que reconocen nuestras diferencias y nos permiten florecer.
Conectados y conectadas mutuamente
Al interior de esa comunidad tenemos responsabilidades mutuas. Nuestro bienestar está esencialmente ligado al bienestar de los demás. El relato de Caín y Abel es un ejemplo inicial de esa conexión. En Génesis 4 es claro que Dios espera que Caín sea el guarda de su hermano. Caín recibe su castigo por haber roto ese lazo. En Hechos vemos la manera en la que la iglesia primitiva compartía sus recursos y en la que sus miembros se cuidaban los unos a los otros (Hechos 4:32-35).
Pablo creía que la iglesia debía ser la comunidad que le mostraba al mundo la diversidad y la unidad del cuerpo de Cristo. Él insistía en que ninguna parte del cuerpo podía reducirse a la función de alguna otra parte, y que ninguna parte del cuerpo podía subsistir por sí misma (1 Corintios 12, Romanos 12). Además. Pablo sostenía que la comunidad se mantenía gracias al apoyo y a la afirmación mutuos, esto es, gracias al amor, de tal manera que se mantenía unida (1 Corintios 10, Romanos 14).
Nuestra humanidad entrelazada
Cuando el arzobispo Desmond Tutu habló acerca de la importancia del perdón para el futuro de la humanidad (en su caso, la Sudáfrica post-apartheid), él describió la manera en que la humanidad de cada persona estaba inextricablemente unida a la de las otras personas. Para ello, se valía del concepto africano ubuntu como ilustración.
«Soy humano porque pertenezco, participo y comparto. Una persona con ubuntu está abierta y disponible a los demás, afirma a los demás… pues él o ella cuenta con una seguridad interior robusta que proviene de saber que él o ella pertenece a un todo que es aún mayor, que se disminuye cuando el otro es humillado o disminuido, cuando hay otros que son torturados u oprimidos… Ubuntu significa que en un sentido real incluso los que respaldaron el apartheid fueron víctimas de un sistema vicioso que implementaron y que con tanto entusiasmo apoyaron. Nuestra humanidad está entrelazada.» Sin perdón no hay futuro (Hojas del Sur, 2012), p. 35
El conflicto surge de la ruptura de las relaciones entre las comunidades. Sin embargo, una comprensión ubuntu de nuestras relaciones con los demás en nuestras comunidades nos permite honrar los derechos, la dignidad y la diversidad sin que nos veamos atrapados en nuestros intereses particulares y en nuestro individualismo. Ese tipo de entendimiento también nos permite buscar la justicia y construir la paz todos juntos en nuestras comunidades.