Maribel* nunca se imaginó que el préstamo de USD 30 la iba a convertir en esclava...
Cuando, hace varios años, su marido se enfermó, ella vendió sus tierras para poder pagar los gastos médicos. Luego, para poder encontrar una cura para la enfermedad de su marido, vendió el ganado y todo lo demás que poseían. Pero todo fue en vano. Su marido finalmente falleció en su pequeña vivienda en las afueras de La Paz, Bolivia.
Sin dinero y desesperada por conseguir un empleo, Maribel comenzó a realizar un trabajo de limpieza en Potosí, una provincia lejana. El lugar de trabajo era bastante lejos de su comunidad, pero el empleador le ofreció alojamiento y le prestó USD 30 para sus gastos de mudanza. Al cabo de una semana de haber empezado a trabajar en ese lugar, Maribel se dio cuenta de la verdad: que con el salario que recibía, nunca cancelaría su deuda. Ella pertenecía a su empleador.
Él era cada vez más violento y abusivo, y lo que le pagaba a Maribel solo le alcanzaba para la comida y la cuota del préstamo. Cuando su jefe estaba enojado, él, junto con sus gángsteres, las torturaban a ella y a las demás trabajadoras, infligiéndoles quemaduras de cigarrillos. Cuando estaban borrachos, solían agredir y violar a las mujeres. Debido a que hacía mucho tiempo habían sobornado a la policía local, estos hombres no temían a la justicia, y las mujeres no tenían ningún lugar adonde acudir para implorar seguridad.
Maribel estaba atrapada.
Lamentablemente, la historia de Maribel no es una tragedia rara ni única, sino una realidad cotidiana que viven demasiadas mujeres en el mundo. La impotencia y el temor incapacitante silencia a las personas como Maribel y, con frecuencia, las oculta a plena vista. En la actualidad, más de 40 millones de personas en el mundo están atrapadas en la servidumbre a través de la mano de obra esclava y del matrimonio forzado. Quienes viven en la pobreza material, especialmente las mujeres, son sumamente vulnerables frente a este tipo de explotación, que suele conllevar a la violencia.
¿Qué puede hacer usted para prevenir la violencia sexual y de género en su comunidad? A continuación, ofrecemos varias ideas inspiradas en el trabajo realizado por Paz y Esperanza, una organización de derechos humanos que trabaja junto a los gobiernos locales en América Latina.
Involucrar al gobierno local
Para proteger de la violencia a las personas que viven en la mayor situación de pobreza del mundo, es necesario contar con sistemas de justicia pública —como policía, magistrados o juzgados— que las apoyen. Si los empleadores abusivos no sufren consecuencias, ¿cómo pueden beneficiarse las mujeres como Maribel de los hospitales, las escuelas, los pozos, las letrinas y los bancos de microfinanciamiento que nosotros creamos? Si no hay nada que proteja de la violencia y la esclavitud a las mujeres que se encuentran en la mayor situación de pobreza, ¿cómo pueden ahorrar e invertir para salir de la pobreza? Paz y Esperanza responde a este problema de raíz, equipando a los ciudadanos y sus sistemas de justicia pública.
Organizar talleres de creación de conciencia
En muchas comunidades rurales, el machismo y la violencia de los hombres se ha convertido en una realidad aceptada. Para desafiar estas normas, Paz y Esperanza organiza talleres de creación de conciencia en iglesias y centros comunitarios. Los objetivos de estos talleres son ayudar a las mujeres a fortalecer su resiliencia y mejorar sus ingresos para reducir su vulnerabilidad a la violencia.
Estos talleres incluyen discusiones sobre todo tipo de temas, desde autoestima y habilidades de comunicación hasta enfoques sanos para disciplinar a los niños y las niñas. Se capacita a las mujeres para hablar en público; estas, mediante megáfonos, difunden sus mensajes sobre la cultura familiar sana a los miembros de su comunidad. Cada vez que hay 25 mujeres empoderadas, Paz y Esperanza las capacita y las organiza para iniciar un proyecto de incidencia o empresarial.
Aumentar la participación de las mujeres
En Perú, los gobiernos locales llevan a cabo una «consulta de presupuesto participativo» anual, a través de la cual los ciudadanos pueden decir lo que quieren que se financie. En la región de Ayacucho, esta consulta ha estado históricamente dominada por los hombres que proponen planes de infraestructura e irrigación.
Hace varios años, Paz y Esperanza comenzó a trabajar con las mujeres de una comunidad para ayudarlas a expresar sus necesidades. Las mujeres estuvieron de acuerdo en que sus principales prioridades eran la seguridad personal, oportunidades laborales para las mujeres y acabar con la violencia contra las mujeres.
Paz y Esperanza ayudó a este grupo a inscribirse, y de esta forma tendrán una estructura formal de representación. Las mujeres eligieron varios líderes y presentaron su propuesta en la consulta presupuestaria. Durante la consulta, escucharon quejas como: «¿Qué hacen esas mujeres aquí? Deberían quedarse calladas en el rincón». Pero, al final, la propuesta de este grupo, debidamente redactada y acompañada de la firma de la mayoría de las mujeres de la comunidad, logró conseguir financiamiento.
Paz y Esperanza ha facilitado este proceso en varias provincias. En muchas ocasiones, las mujeres han obtenido financiamiento para talleres empresariales y campañas contra la violencia.