Al ser la hija de un pastor evangélico en Bolivia, revelar mi diagnóstico de VIH presentaba el riesgo de tener que enfrentar la acusación, la culpa y las condenaciones.
Cuando obtuve un diagnóstico positivo de VIH en el año 2000, decidí hablar abiertamente sobre ello y sobre mi experiencia como sobreviviente de una violación.
La decisión se fundamentó en mi creencia de que las comunidades y redes religiosas que trabajan con temas relacionados con el VIH y SIDA tenían que romper el silencio en torno a la propagación del VIH entre las mujeres.
¿Qué es el estigma?
El estigma es una marca de desgracia que se asocia con una circunstancia o un atributo negativo particular. Estigmatizar (provocar que una persona sufra estigma) es catalogar a una persona o a un grupo de personas, con base en ideas preconcebidas, información errónea, o una decisión consciente de rechazar a los demás. Cuando la idea de aislar a algunas personas o a un grupo de personas con ciertas condiciones se torna en acción, se convierte en discriminación.
El estigma dentro de la iglesia
El cristianismo es una cuestión de amor. Jesús fue más allá de las cuestiones relacionadas con la moralidad y la pureza para comunicar su amor a las personas. A pesar de esto, he visto a personas ser estigmatizadas en la iglesia. Las siguientes personas no han sido tratadas como iguales, en algunos casos porque no cumplen con expectativas específicas de perfección moral:
- personas jóvenes, solteras que enfrentan embarazos no deseados, y sus familias
- personas con discapacidades
- mujeres solteras
- madres solteras
- consumidores de drogas
- adictos al alcohol.
Jesús enfrentó las preguntas de los líderes religiosos sobre por qué interactuaba con pecadores, mujeres de reputación dudosa, recaudadores de impuestos, enfermos, niños y muchos otros. Al dar respuesta a las necesidades de estas personas frecuentemente estigmatizadas, Jesús no sólo restauró su salud y bienestar físicos, sino que también restauró su dignidad. Un bello ejemplo es la sanación de una ‘mujer impura’, a quien él llamó ‘hija’.
Recuerdo cuando la hija adolescente de cierto pastor salió embarazada. El padre no aprobaba las relaciones sexuales fuera del matrimonio y le pidió que se hiciera un aborto. Después de un tiempo, él ya no pudo seguir ocultando lo que había hecho, de modo que se lo confesó a la iglesia. La reacción de la iglesia fue de disciplinarlo a él y a su familia, pero lo hicieron sin amor. La hija decidió mudarse a otro país y nunca más supimos de ella.
¿Fue necesario todo ese dolor, vergüenza y culpa que ella sufrió para enseñarle una lección? ¿Qué necesitaba ella más, una lección o amor? A veces nos olvidamos de que Jesús reservó sus palabras más duras para las personas que prestaban mayor atención a la apariencia exterior de la religión que a amar a sus prójimos. ¿Queremos que la iglesia en nuestra comunidad sea asociada con el amor o con la condenación?
Hace poco, otra mujer confesó haber mantenido relaciones sexuales antes del matrimonio, pero se arrepintió y decidió casarse con su novio. El pastor no le permitía casarse con un vestido blanco. Yo le pregunté al pastor, “Si ella se ha arrepentido y nosotros creemos que Dios realmente la ha perdonado, ¿por qué debemos acordarle su pecado con un vestido castaño claro?” Afortunadamente, al final se le permitió casarse con un vestido blanco.
En mi vida cotidiana y en la incidencia que realizo en torno al VIH tengo que abordar mi propio estigma hacia algunos grupos de personas, tales como algunos hombres abiertamente homosexuales, personas transexuales y trabajadores sexuales. Para mí es un constante reto interior de recordar el amor y la gracia de Dios.
La gracia es un atributo de Dios. Su gracia significa que él no nos da a ninguno de nosotros lo que nos merecemos y sino lo que no nos merecemos: amor, cuidado y perdón.
Como cristiana, trato de recordar que Dios me amó tanto como para cuidarme cuando yo no lo merecía, por tanto, no tengo derecho de estigmatizar a los demás.
El estigma fuera de las comunidades religiosas
El estigma no ocurre únicamente dentro de las comunidades religiosas. Pueden estigmatizarse muchos aspectos de la identidad y de las circunstancias de una persona: la identidad étnica, la sexualidad, el género, el estado civil, la condición de salud, la edad y el tamaño, la apariencia, la condición financiera, el nivel educativo y la raza.
El estigma se encuentra presente en todas las sociedades y culturas. Algunas de las razones por las que estigmatizamos a los demás son:
- falta de información
- información incorrecta
- nuestros valores y creencias
- para obtener un sentimiento de seguridad y satisfacción de saber que otra persona es menos feliz que nosotros.
El estigma convierte ‘al otro’ (la persona o el grupo de personas que es diferente a nosotros) en el objeto de nuestros propios temores, inseguridad, culpa y falta de confianza en sí mismo. El poder del estigma es tan sólo una ilusión que cubre nuestro sentimiento de inseguridad a costa de la otra persona.
El estigma en nuestro interior
La persona que estigmatiza al final se convierte en una víctima del estigma. No se puede esperar tener buenas relaciones con los demás, si se continúa construyendo muros entre sí mismo y los demás. No se puede esperar estigmatizar a los demás, sin esperar vivir en soledad al final.
El estigma en nuestro interior paralizará todo crecimiento con pensamientos tales como “No puedo hacerlo”, “No soy lo suficientemente bueno”, “Nadie me quiere”, “No merezco nada mejor” y mentiras similares.
Lo único que uno necesita es amor
Hace dos semanas mi hermana me contó una historia muy triste. Mi sobrina de cuatro años de edad tenía una buena amiga en la escuela. Las dos niñas vinieron a la casa de mi hermana a jugar. Cuando la madre de la amiga llegó a recoger a su hija, vio fotos mías y le pidió a mi sobrina que dejara de ser amiga de su hija.
Mi hermana habló con ella. La señora dijo que su hija no podía visitar más a mi sobrina porque mientras estuvieran jugando, podría ocurrir un accidente, y si diera la casualidad de que mi sangre estuviera por allí, su hija estaría en riesgo de contraer el VIH. Incluso preguntó si a mis dos sobrinas (de tres y cuatro años de edad) se les habían realizado pruebas de VIH, debido a su constante interacción conmigo.
Desde que mis sobrinas eran muy pequeñas hemos leído juntas la historia de un niño que vive con el VIH (Daniel) y su mejor amiga en la escuela (Leticia). El mensaje principal de esta historia, que fue producida por ONG brasileñas que trabajan con niños que viven con VIH y que han sido afectados por la epidemia del VIH, es que Leticia realmente ama a su amigo que está viviendo con VIH. Esta es la historia de dos niños que son amigos. Uno está viviendo con VIH, y al otro eso no le importa.
Con el método simple de contar historias, a mis sobrinas se les ha comunicado información sobre el VIH desde que tenían seis meses de edad. Por tanto, mis sobrinas saben que no es posible que se infecten de VIH por el simple hecho de estar en mi casa.
Mi sobrina de cuatro años de edad me dijo: “…su mamá no la deja ser mi amiga porque piensa, ¡ah! ¡Ella piensa que yo tengo VIH! ¿Te imaginas, Tía?”
Lo más importante es que mis sobrinas aprendieron a amar antes de aprender a odiar. Ya que su primera respuesta automática ante el estigma fue el amor y no el odio, ellas pudieron rechazar la ignorancia y continuar amándome.
Los niños aman e interactúan de manera natural con la mayoría de las personas a su alrededor, pero nosotros les enseñamos a odiar.
¿Qué actitudes debe cambiar usted en su propio interior? ¿Qué les enseñará a los niños a su alrededor?
Gracia Violeta Ross Quiroga
Red Nacional de Personas que viven con VIH/SIDA en Bolivia (REDBOL)
REDBOL – La Paz
Edif. Guachalla, Mezanine of. 9. Calle Guachalla
La Paz
Bolivia
www.redbol.org
Gracia ha sido una Embajadora del VIH para Tearfund desde el 2009.
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