Cuando mi esposa y yo decidimos casarnos, los dos éramos estudiantes. Así que tuvimos que buscar trabajo que nos permitiera poner pan sobre la mesa y techo sobre nuestras cabezas. Al final, encontramos trabajo como padres en una escuela para niños y niñas con discapacidades auditiva e intelectual. Este trabajo cambió nuestras vidas para siempre.
Nuevo desafío
Ya de regreso de nuestra luna de miel, nos correspondió cuidar a cuatro chicos en nuestra casa, y en ocasiones hasta 20 niños y niñas en el centro donde vivíamos. Estos niños no solamente estaban en situación de discapacidad auditiva (lo que significaba que tampoco podían hablar), sino que también presentaban las edades intelectuales de niños entre dos y siete años a pesar de que sus edades físicas eran las de chicos entre los cinco y los 15 años.
Como si los desafíos a ese nivel no bastaran, algunos de los niños vivían en situaciones de discapacidad física y presentaban diversas formas de autismo. Ellos venían de contextos de pobreza y desatención extremas. En diversas partes del mundo, los niños y las niñas en esas condiciones pueden ser asesinados al nacer, o abandonados, o carecer de cuidados al punto que muy pocos de ellos sobreviven más allá de los cinco años.
Algunos de los niños vivían bajo situaciones familiares difíciles. No es posible imaginar personas más vulnerables en el mundo que los niños y las niñas que viven en esas situaciones de discapacidad. La Convención de la ONU Sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad reafirma los derechos a la vida, a la sobrevivencia, al desarrollo, a la protección y a la participación de los niños y las niñas en situación de discapacidad, pero este principio, con frecuencia, no se hace concreto en la realidad. ¿Qué debemos, entonces, hacer los creyentes?
La guía del evangelio
Antes de empezar nuestro trabajo, mi esposa y yo leímos Mateo 25:34-46. Nos dimos cuenta que esos niños bien podrían ser aquellos a quienes Jesús se refirió en el versículo 40: «Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aún por el más pequeño, lo hicieron por mí»
Un desafío específico para nosotros era que creíamos firmemente, y vivíamos conforme a lo que encontramos en Mateo 28:19-20: «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo».
Nosotros nos involucramos en casi todas las iniciativas evangelísticas que se den: evangelización en la calle y en la playa, evangelización puerta a puerta y en centros de rehabilitación. ¿Cómo podríamos hacer discípulos de niños y niñas que no podían oír lo que les decíamos, no importa cuánto pudiéramos explicarles?
Tratábamos de explicar el evangelio usando tarjetas con ilustraciones, pero no era posible que los chicos las entendieran. Decidimos entonces hacer lo que Jesús dijo en los versículos 35 a 36 de Mateo 25: les mostramos el amor de Dios dándoles comida y agua, vistiéndolos y cuidándolos cuando se enfermaban o cuando necesitaban que los consoláramos.