En Brasil, los niños pueden ir a la cárcel a partir de los doce años. Lamentablemente, la mayoría de ellos vuelve a la prisión al cabo de un mes de haber sido liberados. Tras numerosos años trabajando en las prisiones juveniles de San Pablo, quería hacer algo radicalmente diferente para ayudar a estos niños. Anhelaba ayudarlos a pensar y a cambiar sus comportamientos para que dejaran de delinquir. Por lo tanto, comencé a orar para encontrar una mejor manera de llegar a ellos.
Un nuevo enfoque
Antes de trasladarme a Brasil, yo era actriz profesional y profesora de teatro. Comencé a preguntarme si podría utilizar el teatro con los niños. Leí dos libros: uno sobre justicia restaurativa y otro sobre psicodrama (un tipo de terapia en base a la cual los participantes representan diferentes situaciones hipotéticas para poder entender sus problemas). Después de estudiar el tema en mayor profundidad, decidí unir la justicia restaurativa con el psicodrama. Creé un proyecto llamado «Romper las cadenas», en que trabajé con un equipo de profesionales en la prisión juvenil.
Comenzamos el trabajo en una unidad para jóvenes convictos que habían cometido delitos graves, como asesinatos, secuestros, atracos de bancos y robos a mano armada. Estos jóvenes habían estado en la cárcel muchas veces.
El programa consta de tres elementos. Durante un período mínimo de doce semanas, realizamos sesiones semanales de psicodrama con un grupo de unos diez niños que están por concluir sus condenas. Paralelamente, un miembro de nuestro equipo visita a cada niño de forma individual para brindarle orientación psicológica. La tercera parte del programa consiste en el trabajo con las familias. Algunas de las familias viven en una pobreza tan grande que cuando el niño sale de la cárcel vuelve a robar con el único propósito de poner comida sobre la mesa. En consecuencia, intentamos asistir a la familia; por ejemplo, ayudando a la madre a encontrar empleo.