Las más de 22 mil cárceles en el mundo, en las que viven por lo menos diez millones de personas, son prueba de que la delincuencia es un problema social que destroza la vida de individuos, familias y comunidades. La población carcelaria continúa creciendo.
Se han llevado a cabo numerosas investigaciones para averiguar por qué la gente comete delitos. Las razones varían según las culturas y los contextos sociales, pero los estudios sugieren que no hay un factor único que influya en el comportamiento delictivo. Más bien, es una combinación de múltiples factores de riesgo. Entre estos, se incluyen haber crecido en medio del abuso y la violencia en el hogar, enfermedades mentales no tratadas y bajos niveles de ingresos y educación. En un gran número de países de ingresos bajos, la pobreza y el desempleo empuja a los jóvenes a delinquir, especialmente en los barrios pobres de las grandes ciudades.
Stephen, un exconvicto de Reino Unido, afirma que el alcoholismo y la violencia física de su padre contribuyeron a las decisiones que él tomó en la vida y que a la larga lo llevaron a delinquir. «Crecí en un ambiente donde no había amor y ninguna preocupación por que los niños obtuvieran buenos resultados académicos», asegura Stephen. «Nosotros crecimos con el miedo en el cuerpo. Al final, comencé a comportarme como mi padre. Empecé a beber y eso me llevó a consumir drogas. A los 25 años, me pillaron con una considerable cantidad de heroína».
el problema del castigo
Los problemas en las prisiones y de nuestros sistemas de castigo se suman a la cuestión de la creciente población carcelaria. Los problemas de las prisiones incluyen malas condiciones de vida, donde la malnutrición, las enfermedades y la violencia son moneda corriente. En la mayoría de los países, el índice de reincidencia alcanza hasta el cincuenta por ciento. Muchos sistemas legales se encuentran considerablemente sobrecargados, mientras se mantiene a millones de personas en condiciones de hacinamiento e insalubres, simplemente en espera de juicio. En algunos casos, el tiempo que pasan en la cárcel a la espera de juicio es más largo que la condena máxima que pueden recibir por sus delitos. Sin asesoramiento legal ni dinero, a muchas de estas personas se las encarcela debido a asuntos civiles, como deudas sin pagar, y no por delitos penales.
Quienes critican los actuales sistemas de justicia penal alegan que no se hace lo suficiente para satisfacer las necesidades tanto de los presos como de las víctimas de la delincuencia. Los sistemas judiciales tienden a centrarse exclusivamente en el delito cometido, y la cultura carcelaria suele girar en torno a la amenaza de violencia. Los presos consideran que las cárceles son lugares en que deben elegir entre resistir o dominar hasta que son liberados, y no un entorno donde puedan aprender a asumir la responsabilidad personal por sus actos.
Tras vivir dentro de esta estructura, los presos casi siempre experimentan grandes dificultades para reincorporarse a la sociedad cuando son puestos en libertad. A veces, cuentan con escasa capacitación y poca experiencia laboral, y además, deben cargar sobre sus hombros sus condenas penales. Cuando los exconvictos se encuentran sin oportunidades de poder llevar vidas aceptables y productivas fuera de la cárcel, el ciclo de delincuencia y castigo se repite.
las familias de los presos
A todos estos problemas se suma el impacto psicológico que sufren no solo los presos sino también sus familias. Algunas familias de reclusos se avergüenzan de ellos y los rechazan para escapar del estigma. Wilson, un preso de Cartagena, Colombia, cuenta que su situación había empeorado tanto que quería acabar con su vida: «Mi familia me había abandonado y yo sentía que no valía nada y no tenía esperanza».
En un gran número de países de ingresos bajos, la consecuencia de que un padre vaya a prisión puede resultar devastadora para el bienestar económico de la familia. Más de catorce millones de niños en el mundo tienen a su padre o su madre en prisión. Estos niños se exponen a peligros como la pobreza, la violencia y la trata de personas. Numerosos hijos de presos sufren de malnutrición, no pueden permitirse cubrir los gastos de uniformes y libros escolares o deben abandonar la escuela para ayudar a mantener a sus familias.
Otros niños sufren abandono total. A veces, el progenitor que no va a la cárcel vuelve a casarse y los niños no son bienvenidos en la nueva relación. En otros casos, el progenitor que no va a la cárcel sencillamente no puede con la carga de cuidar a sus hijos solo.
La vergüenza y el estigma que acompaña al encarcelamiento de una persona hace que algunas familias deban abandonar sus hogares y comunidades. Aislados y con escasas opciones para ganarse la vida, aumentan las dificultades sociales y económicas que enfrentan.
asomo de esperanza
A pesar de los numerosos problemas que se mencionan más arriba, hay esperanzas tanto para los presos como para sus familias. Una gran cantidad de grupos de ministerios de prisiones ofrecen soluciones, como las reformas en favor de la justicia restaurativa (ver Qué es la justicia restaurativa), asistencia legal gratuita, atención de la salud y servicios educacionales. Estos grupos ayudan a los presos y sus familias a recuperarse emocionalmente, desarrollar su resiliencia física y recibir capacitación profesional. Ahora estamos presenciando cada vez más beneficios de estos servicios.