Nadine Bowers du Toit
Lea Levítico 25:1–54
Israel era una sociedad agrícola, por lo que la tierra era la principal forma de producir riquezas. Al leer este pasaje bíblico, queda claro que, al principio, la tierra estaba dividida de manera bastante equitativa entre las tribus y las familias. Dios deseaba que esto continuara, para que cada familia pudiera vivir dignamente, de tal manera que se transformó en una ley: el año del Jubileo. En este año del Jubileo (que debía ocurrir cada 50 años), los israelitas debían guardar ciertas ordenanzas:
- dejar descansar la tierra;
- cancelar las deudas;
- comprar y vender propiedades de manera justa;
- permitir que los pobres compren nuevamente sus tierras;
- liberar a los trabajadores obligados por deudas y a los esclavos.
Este pasaje no habla sobre la justicia solo desde el punto de vista de dar «limosnas» o hacer caridad a aquellos menos afortunados, sino que es un vivo ejemplo de un Dios que establece una estructura para promover una vida en comunidad de forma justa.
Tratar a los demás con justicia
Este pasaje bíblico también presenta un gran desafío a lo que habitualmente entendemos acerca del dinero y de las posesiones en las sociedades capitalistas, ya que se considera a Dios como el verdadero propietario de la tierra (vv. 2, 23). Dios es el redentor que liberó al pueblo de la injusticia de la esclavitud, y el único al que debían seguir para actuar con justicia los unos con los otros (vv. 39–43). El Jubileo no debía practicarse simplemente porque era un mandamiento, sino como respuesta a un Dios justo y amoroso que esperaba que el pueblo siguiera su ejemplo. De forma similar, debemos tratar a los demás de manera justa no solo porque es un mandamiento (¡y lo es!), sino como respuesta a ese mismo Dios justo y amoroso.