Los desastres son parte de la vida cotidiana de una gran parte de la población mundial. Cada año, ocurren entre 600 y 800 desastres naturales, algunos pequeños y localizados, otros que afectan a varios países y a muchos miles de personas.
Según el Informe Mundial sobre Desastres 2010, tan sólo en ese año más de 304 millones de personas se vieron afectadas por desastres naturales y cerca de 300,000 perdieron la vida. En China, severas inundaciones afectaron a 134 millones de personas, mientras que en el valle del Indo en Pakistán, 20 millones de personas sufrieron por las inundaciones. Puede ser difícil, si no imposible, prevenir en sí las amenazas naturales. Por ejemplo, un terremoto implica fuerzas subterráneas incontrolables masivas. Sin embargo, una amenaza por sí sola no siempre ocasiona un desastre. Si en una comunidad existen debilidades – o vulnerabilidades – la amenaza puede provocar daños y muertes, y entonces el resultado es un desastre. El proceso de reducir esas vulnerabilidades se conoce como Reducción del Riesgo de Desastres. La vulnerabilidad es creada por varios factores, por ejemplo:
- Falta de alertas y preparación para los amenazas naturales.
- Viviendas de mala calidad en lugares expuestos.
- La dependencia de una sola fuente de ingresos, que puede verse reducida por la amenaza.
- Un suministro de agua inadecuado o desprotegido.
La pobreza también es un factor clave, que obliga a muchas personas a vivir en viviendas precarias, ubicadas en lugares inseguros, a menudo con fuentes de ingreso inestables, malos servicios públicos y una débil infraestructura.
Por esta razón, en el 2010, el 97% de las personas afectadas por desastres y el 80% de las fallecidas vivían en países que serían considerados de ingresos medianos o de menor desarrollo.
En los últimos años, el cambio climático ha aumentado la frecuencia y la intensidad de algunas amenazas relacionadas con el clima. Las inundaciones y las sequías han aumentado debido al deshielo más rápido de la nieve, a la elevación del nivel del mar y a patrones climáticos impredecibles. Las comunidades están siendo expuestas a amenazas extremas, las cuales son algo nuevo para ellas. La actividad humana, como la tala de bosques o la agricultura en pendientes pronunciadas, puede provocar la degradación del medio ambiente y aumentar el riesgo de inundaciones o de desprendimientos de tierras.
Si bien la situación puede parecer sombría, se puede hacer mucho para reducir el riesgo y crear comunidades más seguras y menos vulnerables. En el 2005, los 168 Estados Miembros de la ONU se comprometieron a reducir las pérdidas ocasionadas por los desastres a través de un plan llamado el Marco de Acción de Hyogo. El mismo también sugiere aplicar las mejores prácticas en cualquier proyecto que busque desarrollar comunidades más seguras. Los buenos proyectos deben:
- Dar mayor prioridad a las actividades previas a los desastres, no depender únicamente de la respuesta ante un desastre.
- Identificar, evaluar y vigilar los riesgos y crear buenos sistemas de alerta temprana.
- Desarrollar comunidades más seguras a través de la educación, sensibilización y capacitación.
- Reducir los factores de riesgos que hacen más vulnerables a las personas – por ejemplo, mejorar las viviendas, diversificar las fuentes de subsistencia o proteger los suministros de agua.
- Incrementar la preparación ante los desastres, de manera que la respuesta sea más rápida y eficaz.
Ha habido algo de avance, sobre todo a nivel comunitario. Se han formado Comités locales de manejo de desastres; se han realizado evaluaciones de riesgos; se han cabildeado las oficinas gubernamentales por un cambio en las políticas para desastres; se han capacitado equipos de voluntarios y se han establecido sistemas de alerta temprana. En algunos lugares se ha planificado todo un conjunto de actividades que han de realizarse cuando exista un riesgo por una amenaza específica. Esto se conoce como un plan de contingencia.
Todavía hay mucho por hacer para reducir el número de muertes y de otras pérdidas durante un desastre natural. Es importante asegurarse de que los Gobiernos nacionales y locales tengan sus propios planes de contingencia. La preparación debe ser flexible para dar respuesta a amenazas nuevas o más extremas causadas por el cambio climático. En el 2009, un grupo de agencias publicó un recurso titulado Characteristics of a Disaster-Resilient Community (Características de una comunidad resiliente ante los desastres). En el mismo se esboza lo que podríamos encontrar si visitáramos una comunidad que puede rápidamente responder a un desastre y recuperarse del mismo. Estas características incluyen:
- Buen liderazgo – por lo general, un comité local dedicado a desarrollar una comunidad más segura.
- Evaluaciones de riesgos – usando tanto conocimientos tradicionales como información científica.
- Personas con un buen conocimiento sobre los desastres que lo transmiten a los jóvenes en las escuelas, así como a través de canales menos formales.
- Buenos métodos agrícolas y cultivos que son lo suficientemente resistentes para hacer frente a las inundaciones o sequías.
- Estructuras adecuadas que han sido construidas para resistir las amenazas, por ejemplo, tanques para la captación del agua de lluvia, terraplenes de defensa contra inundaciones, depósitos de granos o canales de riego.
- Sistemas de alerta temprana cuyo enfoque de diseño está centrado en las personas.
- Planes de contingencia para las comunidades y familias – incluyendo la evacuación a zonas más seguras y equipos de voluntarios capacitados.
Con una participación comunitaria activa y una buena combinación de actividades, es posible hacer realidad el sueño de convertir cualquier lugar en un lugar más seguro. La iglesia local, u otros grupos con base en la comunidad, pueden ayudar a movilizar y a equipar a la comunidad para tomar medidas usando sus propios recursos. Las comunidades pueden fortalecerse para resistir las amenazas actuales y prepararse para aquellas que pueda traer el cambio climático en el futuro.