Atrapar un saltamontes no es nada fácil. Estos insectos son rápidos, siempre están alertas y saltan o salen volando cuando alguien se les acerca.
Pero mi amigo Tojo me enseñó un buen método. Tiene que buscar una caña de bambú larga y delgada y mantenerla en alto mientras se agacha. Cuando vea un saltamontes en el suelo, acérquese lenta y sigilosamente. Luego, deje caer la caña de bambú y ¡plaf! Si tiene buena puntería, dejará sin sentido al saltamontes y podrá guardárselo en el bolsillo.
Esto es lo que Tojo y yo solíamos hacer durante el recreo de la mañana en la escuela primaria de Madagascar. Tojo se llevaba los saltamontes a la hora de almuerzo a su casa y los traía de vuelta en la tarde, fritos y sazonados. Los compartía conmigo y yo le ofrecía mis galletas saladas.
Yo me divertía mucho agarrando saltamontes, pero pronto me di cuenta de que era el único que se unía a Tojo. En realidad, los demás niños se reían de él porque su familia no podía comprarle los pequeños paquetes de galletas saladas que vendían en los puestos de la calle.
De modo que, después de un tiempo, dejamos de cazar saltamontes. Tojo prefería pasar hambre a que se rieran de él por comer insectos.
Pero eran los demás niños los que salían perdiendo. Los insectos son una excelente fuente de proteínas y de otros nutrientes. Es cierto que a veces son una plaga, pero mantienen el mundo natural en funcionamiento. Si no existieran, ecosistemas completos dejarían de funcionar. Estas diminutas criaturas son cruciales para el futuro de la vida en nuestro planeta.