Tamam llevaba una vida tranquila y confortable en el norte de Siria junto a su familia. Tenían una casa en el campo, donde criaban chivos y cultivaban frutas, aceitunas, hortalizas e hierbas. Tamam recuerda «un gran terreno donde solíamos caminar. Caminábamos sin preocupaciones».
Cuando el conflicto llegó a su pueblo, todo cambió. No había electricidad ni agua corriente, se perdían las cosechas y, con el aumento de los precios de los alimentos, la familia comenzó a pasar hambre. Llegó un momento en que Tamam y sus hijos huyeron y emprendieron el difícil y peligroso camino a Beirut, en el país vecino del Líbano.
Perdimos todo
«Este es el jardín frente a mi casa», cuenta Tamam, mostrando una foto. «Era un hermoso día y todo a nuestro alrededor era lindo. Era un momento feliz. Hoy en día, lo único que queda es esta foto y yo. Todo lo demás se perdió. Mi marido (que murió en un accidente automovilístico), el jardín, mi casa… no queda nada de ellos, solamente yo».
La familia de Tamam ahora vive en dos habitaciones en el centro de Beirut. Su hogar es estrecho y peligroso. Los edificios están mal construidos y los techos gotean y se desmoronan con frecuencia. El barrio no es un lugar seguro para sus hijos, que están traumatizados, y conseguir suficiente dinero para pagar la renta es un reto constante.
Tamam está destrozada por las condiciones en las que vive con sus hijos. «En Siria, no teníamos presiones económicas», manifiesta. «No teníamos que preocuparnos por llegar a fin de mes. No pagábamos alquiler, teníamos casa propia. Estábamos más cómodos y la vida era más fácil. Aquí, hemos tenido presiones económicas para pagar la renta y afrontar los gastos de los niños y todas sus necesidades».