La Biblia nos dice que Dios creó un mundo bueno y en paz. Un mundo en que los seres humanos podían vivir en hermandad y armonía con Dios y con los demás.
Pero la desobediencia del ser humano quebrantó la paz y, como resultado, se vieron afectadas las relaciones y surgió el conflicto (Génesis 3).
A pesar de ello, Dios no nos abandonó. Nos ama tanto que envío a Jesús a «reconciliar consigo mismo todas las cosas […] habiendo hecho la paz mediante la sangre de su cruz» (Colosenses 1:20).
Lea 2 Corintios 5:17–21
La palabra «reconciliar» significa unir o reparar todo lo que se ha quebrantado. Este tipo de sanidad va más allá que la simple ausencia del conflicto. La reconciliación se trata de transformar las relaciones quebrantadas en relaciones de confianza.
En un mundo en el que existe tanto conflicto y tanta división, la iglesia esta llamada a ser una comunidad de personas que construyen paz (Mateo 5:9). A través de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús —y el perdón que esto trae— se nos ha dado un mensaje y un ministerio de reconciliación (2 Corintios 5:18–19).
Al trabajar por la paz y la reconciliación, nosotros hacemos lo siguiente:
- imitamos el carácter amoroso de Dios, al querer lo mejor para las personas;
- resistimos las demandas de las personas, las ideas, los sistemas y las estructuras que van en contra de los propósitos de Dios;
- compartimos el gozoso mensaje de la reconciliación con Dios a través de Jesús;
- damos esperanza a la gente.
La reconciliación no es fácil. Requiere humildad, tiempo y paciencia. Pero, como el Espíritu Santo nos ayuda a deshacernos del poder destructor de las heridas pasadas y de la ausencia de perdón, podemos ayudar a los demás a hacer lo mismo.