Amran es una madre de ocho hijos del Cuerno de África. Hace dos años, su hijo se embarcó en una travesía hacia Europa, en busca de una mejor vida, pero cayó presa de los traficantes. Amran cuenta la historia en sus propias palabras.
Sadiiq es mi hijo mayor. Tiene 17 años. Siempre fue un niño bueno y de buenas intenciones. Le iba bien en la escuela. Era mi hijo del corazón.
Cuando me enteré de que se encontraba en Addis Ababa, quedé impactada y me preocupé. Sabía que él no tenía dinero para comprar alimento. Hice todo esfuerzo para que él regresara, pero no lo logré.
Siete días después, él se comunicó conmigo desde un lugar cercano a la frontera entre Etiopía y Sudán. “Querida mamá, he emigrado con destino a Europa en busca de una mejor vida para ti y el resto de la familia”, decía. “No te preocupes y ora porque me mantenga a salvo”. Le pregunté, “¿Quién te dio dinero para el viaje?” y él contestó, “Mi amigo”.
Traté de convencerlo de que regresara a casa. Pero él continuó su viaje.
Conocí a muchas personas cuyos hijos han emigrado. Finalmente me di cuenta de que los contrabandistas cruzan a los jóvenes por la frontera sin cobrarles y luego los obligan a pagarles todos los gastos y un rescate. Yo estaba preocupada, no podía dormir y temía por la vida de mi hijo. No tenía ni un solo dólar para salvarlo. Su padre murió hace siete años. No tenemos bienes, excepto un pequeño terreno al lado de mi casa. La mayoría de los jóvenes que emigran desde mi país provienen de familias empobrecidas.
Luego, recibí una llamada de un extraño pidiéndome que hablara con mi hijo. El extraño me dijo que le pagara $4.000 en gastos por el contrabando, o de lo contrario, dijo, “Le cortaré las piernas y luego los brazos hasta que muera”. Le contesté, “Buscaré el dinero. Deme un poco de tiempo, por favor”. Luego le pasó el teléfono de nuevo a mi hijo, quien empezó a llorar y me dijo que había sido golpeado. Antes de que pudiera hacerle más preguntas, la llamada terminó abruptamente.
Para conseguir el dinero de rescate, les informé a mi familia, a familiares en el extranjero, a amigos y a los miembros del grupo de autoayuda del que formo parte y les rogué por su ayuda.
Afortunadamente, ellos recolectaron y me dieron parte del dinero. Para recaudar la suma de dinero restante, vendí mi terreno. Los contrabandistas liberaron a mi hijo, que había sufrido varias lesiones, y él se abrió camino hasta Trípoli. Entonces me vi obligada a recaudar más dinero para costear los gastos para que él cruzara el Mar Mediterráneo y llegara a Europa. Todavía estoy pagando el dinero.
Finalmente, mi hijo llegó a Italia, pero todavía no estaba feliz. Me llamó para decirme: “Es distinto a lo que me esperaba, no hay lugar como casa. Te he provocado estrés y te extraño mamá, y no puedo enviarte ni un dólar. Lo siento mamá”.
El hijo de Amran sigue en Italia donde está esperando el resultado de una solicitud de asilo. La migración ilegal hace que las personas corran un alto riesgo de ser víctimas de los traficantes.