No obstante, ninguno de estos elementos constituye un aspecto central del culto. Dios no lo convierte en algo complicado. De hecho, en los siguientes dos versos (Isaías 1:16-17), resume claramente el culto genuino en seis breves máximas:
1. ¡Dejen de hacer el mal!
2. ¡Aprendan a hacer el bien!
3. ¡Busquen la justicia
4. y reprendan al opresor!
5. ¡Aboguen por el huérfano
6. y defiendan a la viuda!
Este es el tipo de culto que Dios quiere que la gente practique. Dios preferiría que dejemos de prestar nuestros servicios a que los proporcionemos sin tener en cuenta estas seis máximas.
La mayoría de las iglesias le da bastante importancia a la enseñanza de la máxima número uno: «¡Dejen de hacer el mal!». Algunas iglesias también enseñan la máxima número dos: «¡Aprendan a hacer el bien!». Sin embargo, a las demás máximas no se les presta demasiada atención.
A mí me interesaría especialmente que la Iglesia volviera a descubrir este tipo de culto abordando la máxima número cinco: «¡Aboguen por el huérfano…!». Vivimos en un mundo fracturado, donde hay millones de niños huérfanos. Algunos de estos niños se encuentran en nuestras propias comunidades. Pero los cristianos y las iglesias están comenzando a descubrir la profundidad del verdadero culto que es posible practicar cuando obedecemos el llamado de Dios para defender su causa. En mi trabajo para la organización de beneficencia Home for Good, muchos cristianos me cuentan sus experiencias de brindar un hogar a un niño vulnerable y de darse cuenta de que son ellos los que resultan bendecidos y transformados.
En el mundo, cada vez más países están reconociendo que el mejor lugar para que los niños vulnerables crezcan en plenitud no son las instituciones como los orfanatos o las aldeas infantiles, sino las familias. Sabemos que Dios «da un hogar a los desamparados» (Salmos 68:6) y que «la religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es esta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones» (Santiago 1:27). El culto de la familia adopta un significado pleno y nuevo cuando abrimos nuestros hogares a las personas vulnerables en respuesta a la gracia y el amor divinos de nuestras vidas.
Por supuesto que Dios no odia la Navidad. No olvidemos que, en la historia de Navidad, Dios expone a nuestro mundo su corazón de Padre. Él confió su hijo al cuidado de María y José como una manera de que su familia nos adoptara a nosotros. Démosle a Dios el culto que exige nuestro evangelio. Descubramos qué significa abogar por el niño huérfano.