Dr. Ted Lankester
En el pasado, dediqué muchos años a intentar averiguar si Dios existe. Un día, pensé: «Si Dios existe y si es un Dios de amor, como me aseguran, sin duda se me dará a conocer».
Al cabo de una semana y tras años de búsqueda, me sentí cambiado, transformado y seguro. Comencé a leer la Biblia con más detenimiento y encontré lo que ahora llamo «El Manifiesto de Nazaret» (Lucas 4:17-19). Cuando Jesús se hizo oír por primera vez y le dijo al mundo quién era y a qué venía, su misión era muy sencilla: anunciar buenas nuevas a los pobres, dar vista a los ciegos y poner en libertad a los oprimidos.
¡Qué visión tan extraordinaria! ¿Es también nuestra visión? En el Evangelio de San Mateo (capítulo 25:37–45) se incluyen más detalles. En él se explica que cuando Dios da (o no da) finalmente su aprobación sobre lo que hemos hecho en la vida, nos preguntará si hemos alimentado al hambriento y cuidado al enfermo.
¿Existe alguna prioridad más importante que estas en el trabajo de salud y desarrollo?
Una asociación saludable
De acuerdo con un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud, se calcula que entre el 30 y el 70 por ciento de la atención de la salud en África la proporcionan organizaciones religiosas. Esto parece indicar que muchas personas cristianas se toman en serio la palabra de Dios.
Pero eso no es todo. Un reciente estudio demuestra que más de cuatro de cada cinco personas en el mundo tienen una creencia religiosa. En muchos países, esta proporción es mucho más alta.
He estado pensando mucho sobre este tema: el vínculo que existe entre la fe y la salud. Me da la impresión de que los trabajadores de la salud que tienen fe en Dios deben tener dos prioridades. La primera es compartir y demostrar el milagro de conocer a Dios con los amigos, los vecinos y los conocidos. La segunda prioridad es compartir con nuestros amigos y nuestras comunidades los conocimientos científicos que nos ha dado Dios y la manera de vivir vidas sanas (y, por supuesto, también demostrar estos conocimientos).
Hay mucho que todos nosotros podemos hacer
Durante muchos años, viví con mi familia de cinco integrantes en una región remota del Himalaya. La mayoría de las personas en esa zona no tiene acceso a servicios de salud. Por lo tanto, trabajamos con la gente de la comunidad para buscar soluciones. Juntos, encontramos maneras de prevenir y curar muchas enfermedades por medio de la utilización de recursos locales, la capacitación de trabajadores comunitarios de la salud y la utilización de algunos medicamentos esenciales. Llegamos a la conclusión de que hasta cuatro de cada cinco enfermedades podían prevenirse, curarse o mejorarse en el ámbito de la comunidad.
Las principales razones de la mala salud en esa comunidad eran infecciones, la malnutrición y, cada vez más, enfermedades no transmisibles, como la diabetes. No obstante, existe una serie de consejos sencillos que son pertinentes para todos nosotros, sea que vivamos en zonas urbanas o rurales, que seamos ricos o pobres. Si consumimos alimentos sanos y nutritivos, mantenemos un peso ideal y hacemos ejercicio de forma periódica (ya sea al aire libre, en la calle o en el gimnasio), podemos prolongar la vida. Esto no solo redunda en nuestro propio beneficio, sino también nos ayuda para poder apoyar a nuestras familias, nuestras comunidades y nuestro país.
El año pasado, visité la catedral anglicana de Freetown, en Sierra Leona. Me complació mucho saber por medio del deán que proporcionaban servicios de salud, a pesar de todos los problemas que enfrenta el país. Recientemente, a los miembros de la congregación se les animó un día domingo a que permitieran que un equipo de médicos les tomara la presión arterial después del servicio de la tarde. Actualmente, la presión alta es la mayor causa de muerte en el mundo. En consecuencia, el control de la presión arterial puede ser un excelente beneficio adicional que los líderes eclesiásticos pueden aportar a su congregación y comunidad.
Con frecuencia, unos consejos sabios y unas sencillas mejoras nos ayudan a ganar más años de vida sana para poder continuar disfrutando y sirviendo el mundo de Dios. Indudablemente, creo que vale la pena tratar sobre estos aspectos tan valiosos en nuestros sermones, nuestras escuelas y nuestros institutos bíblicos.