Cuando usted reflexiona sobre nuestro planeta y el impacto que las actividades humanas están teniendo en el medio ambiente, ¿qué aspectos le causan indignación? ¿Qué actividades específicas puede identificar que van en contra de la voluntad de Dios?
Piense en esto mientras lee estas palabras de Isaías 5:8-10:
«¡Ay de los que juntan casa con casa y acercan campo con campo, hasta que ya no queda más espacio, y así terminan habitando ustedes solos en medio de la tierra! El SEÑOR de los Ejércitos ha jurado en mis oídos: “Ciertamente muchas casas han de quedar desoladas; casas grandes y hermosas quedarán sin habitantes. Una viña de cuatro hectáreas producirá tan solo veintidós litros, y doscientos kilos de semilla producirán tan solo veinte kilos”».
Advertencia
El capítulo 5 de Isaías narra una serie de lamentos y advertencias dirigidas a un pueblo con líderes que gobernaban lejos del propósito de Dios y del pacto que habían hecho con él (Éxodo 19).
La primera advertencia está enfocada en la explotación de la tierra y las consecuencias de desertificación: «¡Ay de los que juntan casa con casa y acercan campo con campo, hasta que ya no queda más espacio...». El profeta Isaías les advertía a los líderes sobre sus acciones y cómo éstas estaban lejos del propósito de Dios para la humanidad, pero también para la Tierra.
Cuando leemos este texto, no es difícil pensar en lugares en la actualidad donde algunas personas continúan utilizando campo tras campo, dañando así los ecosistemas y los medios de vida.
En Guatemala, por ejemplo, hace unos años la parte norte del país estaba cubierta de bosques tropicales. Con el tiempo, estos bosques se convirtieron en pastizales para el ganado, y luego se tornaron en campos de caña de azúcar y palma africana. Para esto, las poblaciones locales fueron forzadas a salir de ahí o a alquilar sus tierras, las cuales les fueron devueltas como terrenos estériles e inútiles.
Esto no parece muy distante del lamento y las advertencias que encontramos en el libro de Isaías.
Esperanza
Más allá de valorar la tierra, el agua, los bosques y los animales por los beneficios que representan para el ser humano, la Biblia nos enseña que la naturaleza entera posee un valor propio por ser creación de Dios. Él la sostiene y se deleita en ella (Salmo 104).
De modo que, en cierta manera, estas advertencias para aquellos que explotan y dañan la tierra son una esperanza para el mundo entero, porque significa que a Dios le importa tanto lo que le pasa a la tierra como lo que nos pasa a nosotros. Él tiene un plan para su restauración: un cielo nuevo y una tierra nueva, como se describe en Apocalipsis 21.
Dios desarrolla su historia y la de la humanidad en un escenario rodeado de todo lo que ha creado. Y Dios tiene muy claro que, como seres creados a su imagen, hechos a su imagen, tenemos el deber de cuidar y velar por todo lo que él ha hecho (Génesis 1:26-28; Salmos 8).