Ana creció en el seno de una familia típica boliviana donde las mujeres no debían opinar. Pero su marido, pastor de una iglesia, podía ver su sabiduría y estaba convencido de que su voz debía ser escuchada. Así que, poco a poco, comenzó a capacitarla y prepararla para que se desempeñara como facilitadora.
Un día, el marido de Ana le dijo que le gustaría que facilitara una reunión de la iglesia. Aterrorizada, Ana dijo: «No. No me sé expresar bien». Su marido, con dulzura, le respondió: «Dios te dio talentos. Debes usarlos para ayudar a que otras mujeres se desarrollen, como lo has hecho tú».
Cuando a Ana le pidieron que pasara al frente, se decía que no iba a poder hacerlo. Pero, al ver a sus hijas sentadas en primera fila y a las demás mujeres en la sala, decidió intentarlo.
Con la calidez y personalidad que la caracterizan, Ana facilitó hábilmente la reunión, y a raíz de ello, muchas mujeres se armaron de coraje para hacerse oír y sus propias hijas se vieron motivadas a seguir su ejemplo.
Ganar confianza
Ana era nuestra madre, pero, tristemente, falleció en 2017. Sin embargo, en nuestra labor de capacitar a las facilitadoras de los grupos de ahorro, siempre recordamos cómo Ana nos animaba —a nosotras y a muchas otras personas— a tener coraje, hablar abiertamente, involucrarnos y utilizar nuestros dones y talentos.
Cuando trabajamos con nuevas facilitadoras, siempre tenemos presente los principios que detallamos en la siguiente página, los cuales aprendimos de Ana.